Hace una década, un actor inesperado irrumpía en el panorama del fútbol. La Superliga China se puso de moda de la noche a la mañana gracias al talonario que sus clubes sacaron. Éstos equipos completamente desconocidos compitieron de tú a tú con los mejores clubes de Europa por los fichajes del momento, ganando algunas pujas superiores a los 50 millones de euros.
La mayor contratación del fútbol chino fue el brasileño Óscar. Este talentoso mediapunta brasileño salió del Chelsea por 70 millones a finales de 2016, en un seísmo que provocó que el fútbol continental temiese a los chinos por primera vez. Meses antes, otro internacional brasileño como Hulk, era seducido por Shanghai SIPG, quien pagó la cifra de 56 millones a un equipo Champions como el Zenit de San Petersburgo.
Los chinos pescaron en todas partes y una muestra de ello fue en España. El Atlético de Madrid fue el más activo, primero traspasando a Jackson Martínez al Guangzhou Evergrande por 42 millones y posteriormente a Yannick Ferreira por 35 millones al Dalian Yifang. Además, el Barcelona fichó en 2018 a Paulinho proveniente del Guangzhou Evergrande y lo volvió a revender al año siguiente, ganando 10 millones en la operación.
El declive
Todos estos movimientos, sin embargo, empezaron a decaer en 2019, cuando el Gobierno chino vislumbró que la burbuja del fútbol se empezaba a ir de las manos. Empezaron a meter regulaciones: limitaron el número de extranjeros y las contrataciones, además de impedir patrocinadores en los nombres de los clubes. Aunque quizá la puntilla llegó con la pandemia del Covid-19, que terminó por espantar a inversiones y futbolistas.
La Federación de Fútbol China, lejos de buscar una resurrección, ha petardeado cualquier opción de que el fútbol vuelva a ser un deporte interesante para hacer negocios. Ahora cualquier traspaso de un futbolista extranjero que supere los seis millones de euros lleva consigo un impuesto extraordinario de pagar la misma cifra a la Federación.
Un ejemplo práctico sería cuando en 2018 el Beijing Sinobo Guoan pagó los 40 millones de la cláusula de Cedric Bakambu al Villarreal, el club chino tendría ahora que desembolsar esa misma cantidad en la Federación para "desarrollar" el fútbol del país. En lo único que no se ha puesto coto es en los entrenadores, donde hay infinidad de extranjeros y donde destaca un viejo conocido como Quique Setién.
Las consecuencias
El hecho es que los 16 equipos que integraban la Superliga China en 2015 quedan nueve sin cerrar en este 2025, resumiéndonos un escenario completamente tétrico. La competición es de las que cuenta con un nivel más bajo de todo el fútbol asiático, con sus equipos haciendo el ridículo en Champions -no pasando de octavos de final-.
El mítico Guangzhou Evergrande, por poner un ejemplo, echó el cierre a principios de esta temporada, ahogado completamente por las deudas. El club perdió la categoría en 2021 y no consiguió remontar el vuelo, tras haber ganado en la anterior década ocho ligas chinas y dos Champions asiáticas con nombres como Lippi, Scolari o Cannavaro en su banquillo.
Este experimento fallido no deja de ser una enseñanza para todo el fútbol mundial. A veces intentar irrumpir como un elefante en una cacharrería puede tener consecuencias fatales y la pregunta de fondo que todo el mundo se hace es: ¿qué será de la Saudi Pro League una vez que el país termine de organizar el Mundial de fútbol de 2034?
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