A veces, las victorias más importantes no se celebran en la meta. No hay foto, no hay podio, no hay maillot. La mayor conquista de Robin Orins, promesa del ciclismo belga de apenas 23 años, ha sido volver a subirse a la bicicleta. No para competir. Para vivir.
En una conmovedora carta publicada esta semana, el joven del Lotto-Dstny rompió el silencio que lo envolvía desde diciembre de 2024. No había rastro suyo en redes sociales ni en el pelotón. Nadie sabía con certeza qué le ocurría al ciclista que deslumbró en la categoría sub-23 con una quinta plaza en la crono del Mundial de Zúrich, una segunda en la Lieja-Bastoña-Lieja de su categoría y una victoria en la Omloop juvenil. Su paso al profesionalismo estaba asegurado. El futuro parecía suyo. Pero todo se desmoronó.
“Me hundía cada vez más”
“Después del Mundial, me sentía vacío. Físicamente y mentalmente. Me cansé de todo: de la presión, de la atención mediática. Solo quería descansar… pero ese descanso nunca llegaba”, confesó. En lugar de recomponerse, su estado empeoró: problemas inmunológicos, falta de sueño, infecciones respiratorias, una preparación ineficaz en España y, sobre todo, una espiral mental que se volvía cada vez más oscura.
La confesión más dura llegó con un párrafo que hiela la sangre: “Perdí el apetito. Perdí las ganas de salir. Perdí las ganas de vivir. La vida ya no tenía sentido. Me sentía inútil. Tenía pensamientos perturbadores”. La alarma sonó. Y, por suerte, decidió pedir ayuda.
Una lucha silenciosa
Lo que siguió fue un proceso largo y doloroso. Orins se sometió a tratamiento, combinando medicación con terapia intensiva. “Tenía una ansiedad que arrastraba desde niño. Llevaba años bajo control, pero esta vez fue distinto. Fue como una reactivación, provocada por señales ignoradas y un trauma sin resolver”, explica. Reconocerse vulnerable fue el primer paso para iniciar el ascenso desde el pozo.
En abril, volvió a montar en bici. No como preparación para una carrera. Sino como terapia. Las primeras salidas fueron traumáticas: ataques de pánico, miedo al tráfico, hipervigilancia. Pero poco a poco, comenzó a reconectar con esa parte de sí mismo que había olvidado: el placer de pedalear.
Una lección de vida
“En enero no veía salida. Hoy, vuelvo a disfrutar. Estoy preparando mi regreso. No sé cuándo correré, pero sí sé que volveré cuando esté preparado”, relata. Su testimonio ha sido acogido con cariño dentro del equipo Lotto-Dstny, que lo ha respaldado en todo momento.
Su historia no es única. El ciclismo, como tantos otros deportes, es exigente. Y a menudo cruel con los jóvenes. Casos como los de Leo Hayter, que rompió su contrato con INEOS por depresión, o las retiradas prematuras de promesas como Gabriel Berg o Cormac Nisbet, revelan que la salud mental sigue siendo una asignatura pendiente.
Hablar salva
Orins ha ganado su primera gran batalla: la de hablar. “Sé que muchos no entenderán lo que viví. Pero quiero mostrar que siempre hay alguien dispuesto a ayudarte. Esto no es solo una cicatriz. Es una lección de vida”, escribe con entereza.
Ahora, el joven belga prepara su regreso. No por presión. No por expectativas. Lo hace porque, tras haber tocado fondo, ha vuelto a amar lo que un día le dio sentido: la bicicleta.
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