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Portugal es campeón de la UEFA Nations League 2025 gracias a Cristiano Ronaldo. El histórico jugador se encargó de empatar el juego ante España para mandar así a los tiempos extras y después a la ronda de penales en donde se definió al vencedor del torneo.
En el fútbol el súper tie-break tiene forma de prórroga y penaltis. En el viaje de París a Múnich, de la tierra a la hierba, España no remató un día histórico. Diogo Costa ató el penalti de Morata y dio con justicia el título a Portugal.
La versión española no fue para ir a una plaza a chapotear. Portugal supo raptar la imaginación española en muchos terrenos del campo. Si de algo sirve esta final es para poner los pies en el suelo, que un Mundial no se gana un año antes.
Desde el inicio pareció que Portugal no iba a imitar el partido alocado de Francia, una verbena en defensa y un camión de palomitas en ataque. El centro del campo portugués, comandado por Vitinha, con socios como Bernardo Silva y Bruno Fernandes, es de los pocos que puede mirar a los ojos al español.
Es un equipo bien armado. En la delantera aguarda un mito, Cristiano Ronaldo, que ya dio sus mejores quinientas carreras. Hay poco de la bestia de hace unos años, pero se ha ganado el derecho a retirarse en el momento que se le antoje. Su radar de influencia se reduce a diez metros, pero un balón suelto lo mandó a la red. Cuando él iniciaba su sprint hacia los mil goles Lamine Yamal estaba con chupete. Cuestiones del calendario.
Los pases de Huijsen
De la Fuente dio paso en el once a Mingueza por Pedro Porro y a Fabián por Mikel Merino. Lo demás, una fotocopia que se inclinaba hacia la izquierda donde Nico Williams hacía sudar fados a Joao Neves, de lateral derecho, fuera de su posición de escolta de Vitinha. Roberto Martínez terminó con el experimento en el descanso y dio billete a Semedo.
Mingueza, alejado de la versión impecable del Celta, exhibía problemas para contener su banda e imprecisión para los pases. Portugal detectó ahí una vía de agua y la explotó con Pedro Neto, Nuno Mendes y Rafael Leao. Le sustituyó Pedro Porro y fue obligatorio añorar a Carvajal.
En Múnich, semillero en el que Beckenbauer instauró una tiranía durante un lustro en el fútbol europeo, Huijsen empezó a largar pases de 40 metros como si fuera una máquina que lanza pelotas de tenis. Un central de toque que juega como si estuviera en su última gira.
Había ajedrez en Múnich hasta que una maniobra de Oyarzabal, con taconazo y frac incluido, rompió el tablero portugués y terminó en el pie de Lamine Yamal, que puso un balón envenenado en el área para que lo empujara Zubimendi. Fue necesario esperar al dictamen de la NASA sobre un posible fuera de juego que no existía.
El zurdo de la Real, un futbolista que entiende el juego, fue el autor del segundo gol español, que rompía la igualada de Nuno Mendes, quien por algo puede ser el mejor lateral izquierdo del mundo. Oyarzabal recogió un pase de seda de Pedri para marcar con la derecha.
Un imparable Nuno Mendes
Si en España la luz se centraba en Oyarzabal, Portugal se acostaba sobre Nuno Mendes, imponente en dos labores: reducir el ingenio de Lamine Yamal y sembrar pánico en ataque. Una incursión suya terminó en la bota de CR1000 para que hiciera el empate antes de que una lesión le dejara fuera del escenario.
Sin excursiones festivas ni carrusel de ocasiones, un detalle podía decidir el partido. De la Fuente, con Nico y Lamine más aplacados que de costumbre, dio reposo a la vez a Pedri y Fabián, dos controladores del juego, por Mikel Merino e Isco, resucitado para la élite. Su primera acción fue un derechazo hacia la escuadra que repelió Diogo Costa. El partido iba a una prórroga con mala pinta.
El remate de Isco fue de lo poco chispeante que mostró España en un segundo acto discreto mientras Portugal se crecía siempre con Nuno Mendes, que parecía ir en moto. Otra colada suya en la prórroga terminó en una trifulca ibérica con Álex Baena.
De la Fuente removió la pizarra con una versión chata de España sin Nico y Lamine. En el último trago entró Morata por Oyarzabal. Portugal creaba arrugas con las arrancadas de Rafael Leao. Había penaltis, tiempo de héroes. Ahí emergió Diogo Costa y el llanto de la alegría portuguesa.