1982: Vilas y Wilander, una batalla que desafió el reloj
El 6 de junio de 1982, París se convirtió en escenario de una de las finales más extenuantes que haya presenciado el Grand Slam francés. Guillermo Vilas, el gladiador argentino del fondo de la cancha, buscaba su segundo título en la arcilla parisina tras su conquista en 1977. Enfrente, un joven sueco de apenas 17 años, Mats Wilander, que ese día se graduó en la élite del tenis mundial.
El marcador final quedó grabado como una sinfonía de desgaste: 6-1, 6-7 (8), 6-0, 6-4 para Wilander. Pero lo que más impacta no es solo el score, sino el tiempo que tomó consumarlo: 4 horas y 42 minutos de juego, la final más larga en la historia de Roland Garros. A pesar de perder un set, Wilander fue implacable en los momentos clave, sobre todo en el tercer parcial, cuando borró del mapa al maratonista Vilas con un impensado 6-0.
Wilander no solo venció al argentino, sino que se convirtió en el jugador más joven en ganar el torneo hasta entonces. Vilas, por su parte, fue todo corazón y resistencia. A sus 29 años, mostró un tenis que combinaba potencia y cabeza, pero no pudo con la frescura del nórdico. El duelo fue una oda a la perseverancia, al intercambio desde el fondo y al físico llevado al límite, algo que, en muchos aspectos, define el ADN de Roland Garros.
1988: Graf y la final relámpago
Seis años después, el torneo viviría su contraste absoluto. Si lo de Vilas y Wilander fue una maratón, lo de Steffi Graf y Natalya Zvereva en 1988 fue un sprint. Aquella final femenina duró apenas 32 minutos, la más corta no solo en Roland Garros, sino en toda la historia de las finales de Grand Slam.
Graf, en su mejor versión, fue un vendaval sobre la soviética. Le propinó un doble 6-0 sin darle respiro. Fue tan rápida la ejecución que muchos espectadores, aún acomodándose en sus butacas, no llegaron a ver el primer set completo. Graf no solo ganó: aplastó, arrasó, humilló.
Zvereva, superada desde el primer instante, apenas pudo conectar con el juego. La presión, la magnitud del escenario y la máquina perfecta que era Graf ese año se combinaron para dejar una huella tan singular como imborrable en los libros del tenis.
Comentarios